script type="text/javascript" src="http://embed.technorati.com/embed/icyex23x53.js"> El Rincón de Kopiberto: La edad del genio y el genio de la edad.

jueves, noviembre 23, 2006

La edad del genio y el genio de la edad.

A todos nos queda una oportunidad. Eso es lo que saqué en claro después de leer este artículo homónimo del post de Ángela Vallvey publicado en la revista Mercurio (revista gratuita sobre literatura) del mes de Noviembre de 2006. Aquí os lo dejo para que lo disfruteis:


Según Montaigne, que meditó sobre tantas cosas, siempre con tino, nuestras almas son adultas a los veinte años y la que, a esa edad, no ha dado prueba de poder y energía, no la dará después, pues tenía para él que "las hermosas acciones humanas" las han realizado personas, por lo general, siempre antes de cumplir los treinta años. ¿Será verdad? ¿El genio despunta a tierna edad, o no lo hace nunca? Hazlitt, muy al contrario, estaba convencido de que quien destaca en la escuela cuenta con una gran desventaja para su futuro desarrollo. Ciertamente, no hay reglas fijas que determinen si un niño brillante llegará a ser un hombre sobresaliente, o si una niña precoz se convertirá, o no, en una medianía. El niño —el niño que fuimos— en realidad no es el padre del hombre o la mujer que somos. O no siempre. Y si no, ahí tenemos a ese chiquillo pobre, hijo de un minero, que canta y pega patadas a las piedras de las calles de Erfurt, ¿es el mismo crío que se convertirá un día en Martín Lulero, el gran reformador alemán? Y esa otra criatura canija y maltratada, que despacha cerveza en una cantina alemana, ¿de verdad es Kepler, el astrónomo, uno de los grandes genios de la humanidad?
Algunos poetas de pluma vigorosa y enardecida han sido precoces y han tenido el buen gusto de morir jóvenes: Byron, Shelley, Keats... Byron, por ejemplo, no destacó en nada en la escuela. Fue más bien un étourdi, y una vez que dio una respuesta correcta en clase, por pura casualidad, el maestro le dijo: "Vamos, Geordie, a ver cuánto tardas en ponerte otra vez entre los últimos de la fila...". Asimismo, ha habido jóvenes promesas malogradas, como el hijo de Lord Chesterfíeld que de niño era listísimo, (incluso "tonto en tres idiomas", parafraseando a Ortega y Gasset), y de mayor se transformó en una apacible nulidad. Otros poetas —Milton, Wordsworth, Goethe...— fueron en cambio de maduración tardía, y llegaron a peinar muchas canas. Tuvieron una larga y floreciente vida. Goethe escribió siendo un muchacho una obra que pocos conocen y a mí me fascina: Goetz von Berlichingen, pero también fue capaz de componer la segunda parte de Fausto a los cincuenta y ocho, y la tercera y última a los ochenta y dos años. Cervantes, por su parte, sólo deseaba ser poeta y escribía romances y baladas antes de haber cumplido veinte años, aunque ya estaba más que cascado, y acosado por la vida y las deudas, cuando publicó la primera parte de nuestro inmortal Don Quijote. Voltaire, a su vez, era un tahúr de cuidado (hoy le llamaríamos ludópata y quizás saldría en la tele explicando su irresistible atracción por las tragaperras), pero sacó tiempo, entre partida y partida, para componer sus artículos de la Enciclopedia entre los setenta y los ochenta años. Y a La Fontaine, a sus cuarenta y cuatro años, no lo conocía ni su panadero.
Thomas Macaulay, que fue un niño prodigio y un hombre prodigioso, no tuvo empacho en aseverar que "de todos los buenos libros que existen en el mundo, más del noventa y cinco por ciento han sido publicados después de que sus autores cumplieran cuarenta años". Quizá sea una afirmación un tanto hiperbólica, pero es cierto que Sterne publicó Tristram Shandy con cuarenta y siete abriles, y Foe su Robinson Crusoe a los cincuenta y ocho. Además, ahí está mi adorado Longfellow, que redactó su De Senectute en su septuagésimo aniversario (como no podía ser menos).
La edad es el aliento de la muerte, de su iniquidad. Y en cuestiones de genio, como en asuntos de floristería, no hay matemática que lo explique todo. Las margaritas de las nieves, cuando comienza el año, abren pronto su belleza al mundo. Por el contrario, las dalias clausuran el otoño, y su hermosura no es menos esplendorosa. Aunque Lord Cockburn, un decimonónico juez escocés, sentenció: "He desconfiado siempre de los que figuran a la cabeza, y pienso que los que pasan por tontos ofrecen mayores esperanzas". Teniendo en cuenta cómo marcha el mundo, no hay más remedio que darle la razón. Claro que... respecto a algunos personajes, siempre nos quedará la duda de si pasaban por tontos o lo eran de verdad.

4 Comments:

Anonymous Anónimo said...

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Anonymous Anónimo said...

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Anonymous Anónimo said...

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